domingo, 3 de abril de 2016

EPÍLOGO

Es de noche. No sé muy bien qué hora es. No lo quiero saber. En un transistor, compañero de soledades y chismoso contador de lo que acontece que, generalmente, me importa poco, suenan canciones francesas. No sé que emisora es. El francés lo entiendo a "medias de cristal" y me sugiere romances en el "Barrio Latino", con descorche de tristeza en las orillas del Sena.

Los troncos de la chimenea están agonizando, rojos de vergüenza porque pronto van a dejar de hacerme compañía. Enciendo un cigarrillo, indefinido en su número y, unas volutas de alambiqueñas formas azuladas, envuelven mi rostro en serpenteantes aromáticas fragancias "made in USA". He cogido el cigarrillo al azar, de uno de los varios paquetes que, generalmente, abandono por diferentes rincones del salón.

Noto frío en las piernas. Poco a poco irá aumentando y lo mataré asfixiado entre sábanas de hilo y mantas que, en un tiempo no muy lejano, me albergaron en la compañía de movimientos de pasión y sosiego. Ahora, apenas se mueven; tan sólo configuran mi contorno como un muñeco en su cuna de juguete; pero no hay niña que lo acune. A veces, pienso que ni siquiera hay muñeco. No sé muy bien lo que hay. Quizás no haya nada. quizás me haya convertido en una realidad "virtual", en un holograma, como un artículo sin fondo aun teniendo forma. Simple grafía en busca de un concepto perdido en la seguridad de su trascendencia cuando, en realidad, lo que trasciende es, precisamente, su propia fragilidad.

El tronco que queda, está escupiendo su última llama y yo, enciendo mi último cigarrillo. Es hora- y por qué- de irse a la cama. El cantante francés se ha marchado a "Sacre Coeur" para encontrar el suyo. Recuerdo que fumar puede matar e inhalo, con fruición de lactante, el azulado aroma de la boquilla de mi cigarro "made in USA".

Buenas noches, mi ardiente- ya apagada- chimenea. Mañana te encenderé y volveré a comenzar. Tengo sueños...¡Cómo no! Pero conmigo, haciéndome cosquillas en el alma, están mis amigos, mis disparatados disparates; mis entrañables absurdos.

Pensándolo bien, soy un hombre afortunado. Séanlo, también, ustedes; no me defrauden. Llamen a la puerta del mundo del disloque, se volverán más cuerdos y, si no lo son, disfrutarán más de su locura. 






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